Para la madre: favorece la recuperación del útero tras el parto, reduce el riesgo de padecer cáncer de mama y ovario y disminuye la incidencia de fracturas posmenopáusicas.
Para el lactante: facilita la digestión, reduce el número de infecciones y alergias, estimula las propias defensas, favorece el desarrollo neurológico y visual, previene enfermedades crónicas del adulto (hipertensión, obesidad, diabetes) y promueve el vínculo entre la madre e hijo gracias al contacto físico estrecho y frecuente entre ambos.
También deberás saber que la composición de la leche que recibirá tu hijo durante la toma es variable. La composición de la leche materna presenta variaciones entre madres, como también a lo largo de la lactancia y en cada toma.
Durante los primeros días, la secreción láctea presenta unas características especiales, constituyendo el calostro, que aporta menos calorías que la leche madura pero contiene más proteínas (fuente importante de defensas para el recién nacido) y minerales. Este porcentaje de proteínas va disminuyendo a lo largo de las semanas y aumenta el de grasa y lactosa en la leche madura.
La composición de la leche materna varía también a lo largo de la toma, inicialmente es rica en hidratos de carbono y su aspecto es aguado, al final de la toma, la leche contiene una cantidad de grasas 5 veces superior y su aspecto es cremoso, provocando la sensación de saciedad en el lactante. Esto no ocurre con la leche de fórmula, de composición uniforme a lo largo de toda la toma.
Bibliografía: Guía práctica para padres, desde el nacimiento hasta los 3 años – Asociación Española de Pediatría.